A ver, yo no soy una romántica convencional al uso. No me van los corazoncitos, los peluchitos y menos las celebraciones de fechas concretas en plan:
«hoy hace exactamente 156.723 horas de la primera vez que te quité una pelusa de la chaqueta en la fila de clase. Tú me diste las gracias con desdén y en ese instante supe que estaríamos juntos toda la vida»
Pues no. Ya he comentado que vivo el detalle, los pequeños momentos y la cotidianidad.
Pero, no puedo evitar sentir en el estómago un no sé qué cuando veo esas pedidas de mano, en las que se interrumpe un partido, se enfoca a la chica y aparece el noviete de turno para pedirle en matrimonio delante de todo un país, momento avergonzante donde los haya, pero he de reconocer que romanticón, que no soy de piedra.
Y sentir cierta envida, nada sana, recordando las espectaculares pedidas de algunas amigas, especialmente mi melillense preferida, Alejandra, que, cada vez que nos enseñaba el anillaco en cuestión, teníamos que verlo con filtros solares a riesgo de quedarnos ciegas.
Por eso, cuando trato de recordar la mía, sólo puedo visionarla de manera borrosa y con un cabreo que va creciendo exponencialmente a mis recuerdos, y un cierto resquemor hacia el que hoy es mi marido.
Corría el año 2000, el del efecto, y aquí mi costilla estaba destinado en Kosovo, en misión humanitaria en contingente cívico militar.
Si no habéis pasado por la experiencia, os explico que, por entonces, hablábamos una vez a la semana, a través de unas cabinas en las que tenía que esperar la vez y rogar para que la tarjeta de telefónica con recarga que le enviaba, le durara lo suficiente para poder ponernos al día. En ocasiones la llamada rebotaba en el satélite Hispasat, el desfacedor de relaciones:
- «HOLA CARIÑO, corto«…Brrrrr…
- «¿CÓMOOOO? cambio….Brrr…
- «QUE HE DICHO QUÉ TAL» corto…Brrrr….
- «AQUÍ, VIENDO ALLY McBEAL. SIEMPRE ME PIERDO EL FINAL, ¿NO PUEDES LLAMAR A OTRA HORA?» cambio…Brrr
- «¿DE QUÉ ANA ME HABLAS?, cambio…Brrr
Y así 10 minutos de amor intenso hasta que se cortaba.
Los móviles no eran opción. Ese Alcatel de prepago, cuando todavía distinguíamos Movistar de Moviline, que para tener cobertura tenías que subirte al Puig o bien dejarte el sueldo que no tenías en llamadas internacionales (no, no había LINE ni wassap).
Pero no todo era tan frío, ya que estaban las cartas (es un papel, donde se escribe, se mete en un sobre, se pega un sello y se echa en un recipiente grande llamado buzón de correos, hijos míos), que recibías con ansia cada quince días, metiendo presión al cartero que me temía cada vez que me veía bajar las escaleras de casa a la una de la tarde como una loca.
Y ya comenzábamos a usar los correos electrónicos pero no eran un buen recurso porque
A) tenía que enchufar el cable de red o lo que sea que diera internet a la línea telefónica, cosa que a mis padres no les hacía mucha gracia B) eran monitorizados y C) la velocidad era de una cuarta parte de 1 Mb, si llegaba, o sea leeeeentaaaaa.
Total, que un buen día, estaba mi querido en la camareta con cuatro compañeros, ciegos como piojos, después de haber estado limando asperezas en la cantina, cuando uno de ellos dijo algo así como que su hija nunca había ido a una boda. Echemos imaginación para saber de qué estarían hablando éstos tras cascarse una botella del típico Rakia de allí…
En esas que mi queridín dijo: «fues no te breocubes que fenís a la mía, que se lo fido y ya, amigoooo».
Y eso hizo, me llamó y me dijo que si eso nos casábamos. Yo con una mezcla de alucine e intento de dignidad lo mandé a pasturar y él erre que erre, que si nos cuadraba todo en cuanto volviera, que iban a ir sus amigos del alma, que iba bien, que controlaba…Eso fue todo. No más anillaco, ni cena, ni propuesta sorpresa de rodillas.
Naaaa.
Al año de acabar la misión estábamos viviendo juntos y en unos meses casados.
No sé si fue algo subliminal, o por no discutir, pero creo que ha sido la técnica amorosa más lamentable de la historia, y lo peor, con resultados.
Por favor queridas novias de, olvidad todo lo aquí relatado y vivid el romanticismo normal y corriente, que estos recuerdos te perseguirán de por vida.
Porque, a ver qué le cuento yo a mi hija…
Vanesa Pérez Padilla es mujer y hermana de militar, madre de familia numerosa, con un niño con lesión cerebral y psicóloga en “desconciliación”, que siguió a su marido dejando su carrera.
Desde su blog personal le da salida a experiencias, frustraciones y también voz a temas como la discapacidad y la conciliación.
Vanesa Pérez Padilla
Yolanda T.N. Una mamá sin mala leche
Jajaja me ha encantado el post Vanesa! Qué recuerdos lo de la tecnologías de aquellos años… Se os ve muy bien, una familia estupenda. Mil besos.
JESSICA
Hará unos mil años que escribiste ésto pero acabo de leerlo y entre tanta palabra me ha sido imposible no sonreír con lágrima contenida, y vivirlo como si hubiera nacido en este instante, no sé lo que te hará sentir lo que escribiste en este momento, yo me casé un poquito así, nos queremos muchísimo y hemos sido amigos desde niños, y luego pareja, pero lo que está claro que es no es que uno no sea romántico, es que duele saber que pasas tiempo solo y es a él a quien quieres, está claro es que hay que tener sentido del humor para afrontar estar casada con un militar pero así se lleva, como digo yo siempre, con estilo.
Te mando un fuerte abrazo y muy agradecida por tu tan maravilloso relato.